Cuentos sobre Jean LesBaker, amante y practicante de la Ciencia del análisis y la Deducción, y el Dr. Alejandro Mónaco, su socio y leal confidente. Abanderado de la nueva ciencia detectivesca. Basados en los cuentos y novelas escritas por Sir Arthur Conan Doyle.

martes, 25 de enero de 2011

Un sabueso llamado Baskerville (parte final)

Baskerville movía su larga cola, buscando la aprobación y el juego de Jean. Correspondiendole, lo subió a su regazo, y empezó a acariciarle. El perro se acomodó, y quedase quieto en su cálida posición.

Huan Chi
- ¿Sabe? Este perro me ha ayudado considerablemente. Lastima que no puedo quedármelo en el departamento. Pero al menos esta en buenas manos. Se queda con mi hermana.
- ¿Hermana? Usted tiene familia, por lo que veo.
- Asi es, doctor. Una hermana, de nombre Micaela. Vive aquí cerca, en una casa. Tiene un puesto en el Ministerio de Hacienda. Es mejor que yo, pero decidió trabajar como un brazo del Estado.
- ¿Mejor?
- Por decirlo de alguna manera.
- Bien, Jean. Me lo debe. ¿Que descubrió en esta semana?
- ¿Listo para escucharlo, Alex? - Preguntó LesBaker, mientras se llevaba a la boca un cigarrillo. - Bien, he aquí los hechos:

"Cuando tuve conmigo la navaja y la nota, salí presuroso a una joyería. Ese cuchillo no es común. Es un cuchillo de mar, o cuchillo marinero. Durante mi ida, pude divisar un minúsculo "Hecho en Paraguay". Eso quiere decir que un orfebre lo habrá realizado. Por ende, debe ser vendido o en una orfebrería, o en una joyería. Tengo un amigo que se dedica al oficio de venta de joyas por Luque. Decidí acudir a el. Al llegar, este amigo se puso a investigar quien podría hacer eso. El autor, vive en Itaugua. Acudí a el. No lo encontré. Su familia me dijo que vivía en una zona cercana pero no supieron decirme donde, o mas bien no quisieron.

Es ahí donde Baskerville entró en acción. El señor, de apellido Romero, es muy amigo de la comunidad. Y cuando alguien pregunta por una de sus obras, el desaparece, prefiriendo quedar en el anonimato. Además, me reconocieron por el caso de la desaparición de Moreno, en la TV.

Renté un pequeño cuarto de hotel para mi, y procedí a buscar a Baskerville. Entenderá usted, doctor, que no existe obrero que no deje constancia de su obra. Había un pequeño garabato en ella. Decía: "a Angela". ¿Angela? ¿Su señora? No. Angela es la dueña del quiosco en la esquina de la Av. Orlando Matteucci y Ruta principal, según me comentaron los vecinos. ¿Romance? Probablemente. Fui junto a la señora. En efecto, la casa no olía a mujer. Olía a pareja, a sexo. Consulté si es que no había una prenda de Romero. La señora, a pesar de desviar la realidad, se vio consternada a que yo lo sabía. Con la promesa que no descubriría el 'affaire', procedió a darme una de las remeras del hombre. Baskerville lo olfateo. Verá usted, el sentido del olfato de este perro es muy sensible. No le llevó menos de 2 horas encontrar al señor Romero. Estaba en un pequeño hotel, entre la calle Patiño y la Av. Orlando Matteucci.

Vera usted, Doctor: Baskerville es muy calmado. Pero cuando tiene que ser bravo, lo es. Y vaya que lo es. Arrinconamos al costado del hotel al Sr. Romero.

El Sr. Romero es un señor de 63 años, de una calvicie que no llegó aun a los costados, bronceado. Bajo, pero no achicado. Inspira prepotencia, pero cuando se ve arrinconado, es manso.

- Esta navaja es de tu autoria. Quiero saber a quien lo vendiste.
- No puedo decirte. Prometí no decirlo.
- Pues lo vas a decir. O explicarás a tu mujer por que volvés a tu casa con el brazo vendado.
- Hágalo. No le tengo miedo.
- ¿Y al morbo de la comunidad, Sr. Romero? Todo el mundo sabrá que eres un adultero.

Baskerville ya mostraba sus dientes.

- Ok. Tranquiliza a tu perro. Vendí 3 pares a un señor de apellido Valiente. No se el nombre. No se la dirección. Solo sé que vive en Asunción.

Procedí a dejarlo en paz, cuando de repente, este señor me ataja del hombro.

- El Sr. Valiente me advirtió de algo sobre esto. Y me pidió que le diese esto, Sr.

Acto seguido, me entrego la tarjeta azul marino. Sin embargo, esta tenia algo distinto. Esta tenia la inscripción a la vista. Decía esta:

"El Sr. Romero ha cumplido su cometido. Veamos si usted puede hacerlo. Encuentre al Sr. Valiente, y estará cerca de Moreno"

Asi, al estar listo, volví a Asunción. Y puse a investigar donde encontrar al Sr. Valiente. Mis contactos del bajo mundo me dijeron que es un traficante menor, que actúa hacia la zona de Lambaré. Antes de ir, decidí volver y contarle a usted sobre mi pequeña vivencia, Doctor."

- ¿Y todo eso en menos de una semana? - Pregunte.
- Todo eso en menos de una semana.
- Y... ¿Cual es el siguiente paso?
- Simple: Pagar una visita al Sr. Valiente. Por si acaso, lleve su pistola.
- ¿Irme yo con usted, Jean?
- Por supuesto, Alex. No tengo permiso para llevar conmigo un arma de fuego. - Dijo, sonriéndome.

A las 8 de la noche fuimos hacia la zona de Lambaré. Bien adentrados en la ciudad, nos ubicamos en la plaza Virgen de Fatima, hacia la Calle Rio Apa. Les Miserables había convertido en un garito de drogas la plaza. Decenas de junkies se nos acercaban para pedirnos dinero, y así saciar su sed de estupefacientes.

Sin embargo, transcurridas 2 horas, se acercó a nosotros un señor de cerca de 40 años. Había bajado de una  Toyota Corolla del año 2002, blanca. Este señor, de pelo corto y blanco, una cicatriz en el pómulo izquierdo,  de unos 1.83 de estatura, ojos negros y brillantes, y tez morena, se sentó en la misma banca que nosotros.

- La plaza ya no es como antes. - Dijo el señor.
- Cierto. Venía aquí cuando tuve mis primeros casos como detective - Dijo LesBaker.
- Yo nací y crecí aquí. A media cuadra de la cancha de Capitán Figari. Los junkies destrozaron el lugar. La gente tiene miedo.
- Y se lo deben a Les Miserables, ¿no? - Indicó LesBaker, mirando al sujeto.
- No. Les Miserables tranquilizaron a los junkies. Les dijeron que si no se tranquilizaban, las cosas irían peor, pero para ellos. - Respondió el señor, quien sacó un cigarro.
- Sin embargo, no veo mucha gente en la plaza.
- No son horas de estar por la plaza, señor. ¿Ve usted a alguien? Solo a aventureros impertinentes, quienes se atreven a pisar este terreno.
- Les Miserables desapareció hace tiempo.
- No. Solo se ocultó. Y hoy volvemos a salir. Creo que ya sabe quien soy yo, Sr. LesBaker.
- Y usted sabe quien soy yo, Sr. Valiente.
- Déjeme preguntarle, ¿como lo supo?
- Primero usted.
- Los junkies me avisaron de extraños. Al verlo a usted, se ceñía a la fotografía que Blackmind me envió. Su turno.
- No tenia la mas pálida idea de como era usted, Valiente. Me ahorró muchísima investigación.

Miré sorprendido a LesBaker. Por la frente de Valiente caía una gota. Hacía 10 grados en la intemperie.

- Creo que lo he subestimado. Inteligente y astuto.
- Gracias. Ahora, permitame preguntarle: ¿Donde está el comisario Moreno?
- Está seguro. - Respondió tajantemente el hombre- Pero creo que eso no deberá preocuparle ahora. Usted está en mi territorio. Asi que creo pertinente una visita a mi casa.
- Será en otra ocasión, si no le molesta.
- Oh, señor, creo que si es una pequeña molestia.
- Veo que no tengo salida. Doctor, ¿ gustaría acompañarme?
- Por supuesto. No lo dejaría solo, y menos aun me quedaría solo - respondí.
- Bien, Valiente. Tenemos quorum. ¿Vamos?
- Vamos. Aunque, espero no le moleste que vayamos caminando.
- Al contrario.

LesBaker hablaba animadamente con Valiente. En efecto, Jean LesBaker era un hombre carismático. Hasta tal punto que sacaba risas al hombre de cicatriz. Hablaban de fútbol, de mujeres, de la vida en general. Al llegar a la casa, una imponente mansión a 3 cuadras de la plaza, la conversación retomó a su ritmo inicial.

- Le agradezco la compañía, señor. Ahora, déjeme explicarle algo.
- Por supuesto, Valiente.
- Si hago esto, y exponiéndome a tales magnitudes, es por una simple cuestión: mi vida corre peligro de muerte.
- ¿Como así? - Preguntó LesBaker.
- Tengo cáncer.
- Eso ya lo se.
- ¿Como lo sabe? - Preguntó el hombre.
- Simple: Tiene la garganta hinchada, Un bulto algo pronunciado al costado, tiene una tos muy seca. Cuando inspira, tiene un chillido algo anormal para una sinusitis. Se masajea constantemente el cuello. Un poco de piel que cuelga del cuello. Eso indica perdida de peso. Sumelo todo. ¿Doctor, una prognosis?
- Apunta a la garganta. - Respondí.
- Exacto. Cáncer de garganta. Y por las manchas que tiene en la piel, veo que es avanzado.
- En realidad, Sr. LesBaker, es terminal.

Un silencio de dos segundos que parecía eterno precedió al comentario.

- He cumplido mi tarea, Sr. LesBaker, y ahora puedo decir que mi cuenta esta saldada. ¡Aguja! Traiga al Comisario!
- ¿Así nada mas?
- Asi nada mas. Ademas, tengo un mensaje de Blackmind. Está aquí.

Entregó un pendrive al Detective. Acto seguido, el comisario salía de la casa.

- ¡Jean! ¡Dios, gracias! ¡Sabía que usted me iba a ayudar!
- No se preocupe, comisario. Pero, quien le hizo esto es una duda que tengo.
- Ya somos dos, Jean - Contestó el comisario. - Era un hombre encapuchado quien me abordó cuando salia de los cuarteles. No recuerdo nada hasta hoy. Recibí un fuerte golpe en la cabeza. Ademas, fui informado que he recibido sedantes en todo mi cautiverio.
- Hmm. Interesante - Respondió el sabueso.
- Señores, me tomé la libertad de llamarles un taxi. Les digo: Adiós, Gracias, y espero no volver a encontrarnos. Si así sucediese, Sr. LesBaker, le aseguro que uno de los dos morirá.
- Entonces, vaya escribiendo su epitafio, Valiente - Respondió LesBaker. - Por que tenga por seguro que nos volveremos a encontrar.
- Es una lastima que oiga eso. Bien, no tengo nada que hacer entonces.

Acto seguido, el taxi llegó. Nos trasladamos al 949C de la calle Piribebuy. El comisario no quiso quedarse. Extrañaba a su familia. Al llegar al departamento, el comisario siguió su camino.

LesBaker entro a la casa, se duchó, y cocinó un exquisito Vittelo Tonato con gnoccis de patata. Acto seguido, nos sentamos en el sofá.

- Jean - le dije - ¿No va a escuchar la grabación?
- ¡Ah, cierto!
- No me diga que lo olvidó.
- Por completo, doctor. Creo que me faltaba desestresarme un poco.

Sacó de su chaqueta el pendrive, y lo conectó a la computadora. Ahí, se oía una voz distorsionada.

- Le felicito, detective. Un paso mas en este juego. Se que le gusta. Que lo disfruta. Debo confesar que yo también. Falta poco para nuestro encuentro. Una cosa mas, detective:
Vobis Gaudium magnum: Iuvenes dum sumus.
¿Podrá aguantar la respiración?
Blackmind.

LesBaker me dio la espalda, y se dirigió a mi.

- En verdad, este hombre es sorprendente, Dr. - Acotó el sabueso.
- Yo creo que está loco.- Respondí.
- La locura es una condición social, Doctor. Aires de psicoloco. Pero en efecto, es sorprendente.

Es en ese momento que se dio vuelta hacia mi, y con una sonrisa maquiavelica, me dijo:

- En verdad, yo también espero ansioso nuestro encuentro.

(Fin)

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