Cuentos sobre Jean LesBaker, amante y practicante de la Ciencia del análisis y la Deducción, y el Dr. Alejandro Mónaco, su socio y leal confidente. Abanderado de la nueva ciencia detectivesca. Basados en los cuentos y novelas escritas por Sir Arthur Conan Doyle.

martes, 18 de enero de 2011

Su primer saludo

"De las memorias del doctor en Medicina Forense y capitán de Caballería retirado, Sr. Alejandro Mónaco."

25 años ininterrumpidos de aventuras, queridos jóvenes. He vivido notablemente 25 años de forma ininterrumpida unas aventuras que ud. tal vez nunca tendría la sensación de sentir. Un escalofrío recorre por mis manos al momento de recordar a ese hombre, extraño ante la sociedad, pero en la intimidad, un amigo, un hermano.

Hace ya bastante tiempo le perdí el rastro. Tampoco tengo las energías de antes, y dudo mucho en que un "detective" pudiese encontrarlo. No habría persona en el mundo capaz de dar con su rastro. Lo han dado por muerto. Creo que el se estará riendo a nuestras espaldas, de haberse enterado.

Después de mucho tiempo, he decidido registrar en mis memorias las aventuras y desventuras que he pasado con este hombre excepcionalmente raro, pero divertido para el análisis. Ha pasado mucho desde nuestros tiempos de gloria y juventud, y es justo rendirle homenaje a ese hombre que han dado por nombre Jean LesBaker.

Para no faltar a la cortesía, debo presentarme. Soy el Dr. Alejandro Mónaco. Me doctoré en Medicina Forense a la edad de 26 años, y automáticamente al recibir mi titulo fui seleccionado a participar de una campaña en Irak, llamado por el convenio entre EEUU y Paraguay.

Para dar mas peso a dicho convenio, participé en el servicio militar obligatorio, retirándome de la CIMEFOR con el grado de sargento. Llegué a dicho país en el verano del 2005, contando con la edad antes mencionada.

Mi estadía en dicho pais fue de 2 largos años. Mi familia no era muy extensa. Una hermana me sobrevivía. Mis padres ya dormian bajo los brazos de la Santa Muerte, y mi afinidad con mi hermana no era la mejor de todas, propiamente dicha. No llegué a conciliar una pareja, asi que mucho no dejaba atrás.

Participando en un convoy de rastreo y localización, los subversivos nos tendieron la mas vil de las emboscadas. En dicha emboscada, fui herido de gravedad en el costado derecho de mi cuerpo, producto de residuos de metralla. Fui llevado de urgencia al hospital mas decente de Badgad. 6 meses en cama, tratando de recuperarme, hasta estar lo suficientemente capacitado para tomar un avión de vuelta a Asuncion, y comenzar un retiro involuntario. El resultado de mi experiencia en el exterior fue una baja honrosa con el grado de Capitán de Caballeria, y una medalla otorgada por el gobierno estadounidense, bastante decente para llevar una vida honrosa por las calles asuncenas.

Al volver a Asunción, fijé residencia temporal en el Hotel Granados Park, rentando una habitación barata a mi pensión dada por el gobierno estadounidense, y a la par por el gobierno paraguayo. 3 meses de los mas aburridos que jamás se pudieran habido tener. No tenia amigos en la capital, y como había mencionado, no estábamos en buenos términos con mi hermana. Mi vida consistía en vagar por los teatros, pasar al Biggest, un bar en frente del hotel, ir a mi consulta medica, y listo. Tampoco traía mucho equipaje. Dos pares de zapatos, un saco de vestir, un saco sport, dos camisas, dos pantalones, un pantalón vaquero, dos pares de medias y dos remeras era lo único que tenia, a más del teléfono celular, y una laptop.

Pasados 3 meses después de mi llegada a la capital, una tarde soy reconocido por un viejo compañero de estudio, bien entrada la tarde, al pasar al bar. Su nombre es Manuel Montblanc, de descendencia francesa. Debo decirles, queridos lectores, que encontrar al fin una cara conocida entre los mas de 540.000 habitantes es un elemento dichoso para un hombre hastiado de la rutina.

Habiéndonos confundido en un efusivo abrazo, mas de mi parte que la de el, empezamos a hablar. En Paraguay las noticias viajan rápido. Se enteró por la prensa que fui herido en combate, y que estaba por ser trasladado a Asunción. Montblanc enseñaba en nuestra facultad que nos vio nacer y profesionalizarnos. No distaba mucho del Biggest. Según comentó, Hoy le tocaba clase de necrología, una de mis áreas como medico forense. Me invitó a participar. Acepté gustoso.

Mientras terminábamos el café, pregunto donde vivía.

- Por ahora, vivo en frente. En el hotel -, contesté.
- Pero, ¿no viste otro lugar para vivir? Seguro que tendrás una facilidad tremenda con la pensión del ejercito, ¿no?-.
- Creo que si. Pero como no ejerzo la medicina, y mi única fuente de ingreso es esta, prefiero abaratar costos. Sabés que soy un tacaño empedernido...-
- ¡Jajaja! Si, yo sé eso. -
- Además, no tengo pareja. Estoy peleada con mi hermana. Y la soledad ya no es opción... Pero encontrarme un compañero de cuarto decente en tiempos como estos es complicado. Agregando...¿Quien me querría como compañero de alquiler?-

Ahí es donde Montblanc lanza una mirada de extrañeza y una sonrisa entre burlona e inocente.

- ¿Que pasa, Manuel?
- ¿Me creerías si te dijera que sos la segunda persona que me dice eso hoy, Alejandro?
- Mira vos... Y estaría mal preguntar, ¿Quien fue la primera?
- Para nada. ¿Quieres conocerlo?
- No estaría mal. ¿Donde está?
- Lo mas probable es que esté en la morgue de Clínicas. Al ir por ahí, te lo presento.

Mientras íbamos a la morgue, Montblanc me advirtió que este señor podría ser algo chocante. Le respondí con una broma, a lo que el retrucó con una simple frase:

- Después no me digas que no quise advertirte.

A otras personas esto les causaría temor. A mi, por el contrario, me llenó de una curiosidad tremenda.

Llegamos a las 19 y minutos al Hospital de Clínicas, y después de autenticarnos en mesa de entrada, recibir los saludos de mis antes maestros y hoy colegas, nos dirigimos a la morgue. A metros de llegar, escuchábamos sonidos de disparos. Aunque Manuel no se precipito, yo corrí hacia la puerta.

Ahi vi a un hombre que empuñaba una pistola. Una mirada rápida me hizo suponer que bordeaba los 30 años. Medía entre 1.88 y 1.90, pero cuando se paraba recto, parecía mucho mas alto. Un pelo lacio y color marrón oscuro, que cubría parte de su pronunciada frente al caer un pequeño jopo. Un aire de presencia se enmarcaba en su porte, y no podía distinguir sus ojos de sus lentes de sol circulares sostenidos por una pequeña pero aguileña nariz. Aunque vestido con una bata, se notaba que sus prendas eran elegidas elegantemente. A lo lejos, un saco de vestir y un fedora. Con el, una camisa blanca, un pantalón negro de vestir, una corbata de seda, y lo que parecía ser un zapato de vestir, de pronto se convirtió en una bota de manga corta, cuando este hombre se arrodilló a examinar al cuerpo inerte.

Cuando me predispuse a saludar a este extraño hombre, el se percata de mi presencia. Me agarra del brazo, y me estira hacia el cadáver, baleado. Al no oler pólvora, supuse que no se trataba de una pistola de fuego.

- ¡Mire! ¡Observe! ¡Jajaja! ¡Maravilloso, esplendido descubrimiento! - Decía eufórico el hombre.
- Bueno, eso ha sido interesante - Repliqué, ganándome la atención del extraño.
- Observe con detenida atención, Doctor. Seguro que en Irak habrá visto heridas realizadas con disparos de armas de fuego, pero nada como esto. - Dijo el hombre, cosa que me sorprendió de repente, y se lo hice notar.
- Eso... Fue... Espeluznantemente magnifico. Manuel, ¿le dijo algo sobre mi a este buen hombre?
- Ni una sola palabra - Contesto Montblanc.
- ¿Y como supo...?
- Ahora no - Interrumpió el hombre - Mire el cuerpo. Heridas mortales en el pecho, estomago y cuello. ¿ Diría usted que fue mortal? ¿Y que esto fue con un arma de fuego?
- Ciertamente es mortal - Contesté - Y si fuera hecho con un arma de fuego, tiene todas las características.
- ¡Jajaja! ¡Maravilloso! Y no fue hecho con un arma de fuego. Fue hecho con un rifle de aire comprimido a 160 psi, y balas puntiagudas. Asi es como se engaña a un medico forense. ¡Encima usted, con tanta experiencia en muerte!
- Creo que mi experiencia en el extranjero no delimita la acción, señor- Le contesté.

Es ahí cuando este joven de cerca de 30 años me mira de pies a cabeza. Y pasados 30 segundos, dice:

- Me he maravillado con un departamento que está en el centro de Asunción. El alquiler podría ser pagado por los dos, si usted no tiene tanta incomodidad.

En ese punto ya no podía salir de mi asombro.

- Jamas hable de un departamento. - Dije
- Yo si. Se lo dije a Manuel esta mañana. Y después de la merienda, antes de la clase de necrología, usted esta aquí, Dr..
- Mónaco. Alejandro Mónaco.
- ¡Perfecto! Fumo. Kent Blue 8. En exceso. ¿No le molesta?
- También fumo esa marca.
- Toco el violín. Hay veces en horas no adecuadas.
- Depende de quien lo toque, no importa la hora.
- Suelo recibir muchas visitas. Incluso en horas desacomodadas.
- No veo por que eso debería ser una molestia. Solo pediría discreción y algo de silencio con sus visitas.
- ¡Ja! ¡Estupendo! Usted es el candidato ideal, Dr. Mónaco. Manu, eres un ídolo. Encuéntrese conmigo mañana a las 11 de la mañana, aquí. Debo retirarme a atender otros asuntos de suma rel...
- Preferiría un nombre y la dirección, señor. Resido en el centro, así que puedo hacer una caminata. Ya que usted supo algo de mi solo con verme, creo que me lo debe, ¿o no lo cree así?

Paro su apresurada marcha, me miro fijamente, y se dirigió a mi en tono algo intimidante:
- Se que es un medico forense y capitán del ejercito que fue herido en Irak, que está peleado con su hermana, y que piensa que le es difícil convivir con alguien con su carácter arisco. Bien, Dr. Ha encontrado a ese alguien. La dirección es el 949C de la calle Piribebuy. El nombre es Jean LesBaker. Que pasen una bella noche.

Acto seguido, desapareció. Ante mi cara de asombro, Manuel soltó a decir:

- Te dije... ¿o no?-

Solo pude contener mi asombro un momento. Nuestro primer saludo nos indicaba el nuevo transitar que daria nuestra vida, mis queridos lectores. Ni cruzaba por mi mente lo que nos deparaba el oriente, pero algo si es certero:

Lo esperaba gustoso.

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